....-Tolo, recuerdas aquel día que entramos por primera vez a nuestro escondite.
-Como voy a olvidarlo le conteste.
Recuerdo esa la primera vez que te invite a nuestro escondite, fue un sábado en la tarde cuando las gallinas se recogían a dormir y se escuchaban los pollitos como huérfanos piando como dementes en busca de sus madres que desde arriba del árbol de toronjas cacareaban intentando en vano indicarle el lugar donde ella y todas sus generaciones han pasado todas sus noche evitando terminar de alimento de cualquier animal nocturno. Una vez subí, desde abajo mirabas inmóvil, parrado como el que ve un fantasma.
Sube “Chejua” te dije pero no contestaste. Baje tan rápido cuanto pude y allí estabas, petrificado mirando hacia arriba. Mire exactamente hacia donde se dirigía tu vista y pude confirmar que tus ojos estaban clavados a un espacio prieto donde no se distinguía detalle de objeto tangible imaginado.
-No puedo subir Tolo, contestaste en voz baja, le temo a la oscuridad.
-No te preocupes “Chejua” subiremos otro día y este será de hoy en adelante nuestro escondite y nuestro gran secreto. Me miro directamente a los ojos como quien despierta de una horrible pesadilla y me dijo.
-Nuestro gran secreto Tolo.
No tengo idea desde cuando “Chejua” y yo somos amigos, posiblemente desde que salimos del vientre de nuestras madres. Tampoco tengo idea de donde sale su apodo, creo que yo lo he bautizado de esa forma y siempre que lo he llamado nunca me lo ha reprochado, mas bien parece que no le molesta en lo absoluto, cada vez que responde lo hace con una con una sonrisa pintoresca en su cara, como queriendo decir eso es parte de nuestros secretos y confidencias.
En el vecindario algunos piensan que somos hermanos por nuestros cuerpos delgados y huesudos. Además que tenemos cabellera obscura y ondulada, de ojos marrones y alargados como los del guaraguao, con una piel pálida curtida por el sol y lijada y pulida por las piedra y la tierra que nos vio nacer.
Nuestra infancia ha sido una de esas donde lo que mas nos interesa es descubrir el mundo y cada vez que tenemos una oportunidad cuando nuestros padres están ocupados desgranando granos o mondando viandas nos escabullimos por detrás de las casas y nos vamos de aventura para el monte. Claramente sabemos desde que árbol y altura del monte se puede apreciar mejor el horizonte, así que como cometas hambrientas del viento y espacio nos movemos hacia el mismo.
Tolo, de prisa antes de que Ma’ se entere me decía.
Me veo obligado a mencionar que en cuanto a carreras y subir a árboles “Chejua” me las gana todas, pero para mi es un honor decir que soy mas valiente que el y ya ustedes saben porque, nuestro gran secreto.
Una vez arriba en el monte escogíamos el árbol más alto para poder apreciar sin dificultad alguna el inmenso horizonte. “Chejua” subía al árbol sin dificultad alguna, como si hubiese nacido en el y lógicamente escogía la rama mas alta. Una vez en el cucurucho del árbol, en ese preciso momento nuestra imaginación volaba, mas allá de nuestras casas, mas allá de los montes, mas allá del horizonte, donde el pensamiento se funde con el alma y bambolean en el juego de algún día......
1 comment:
Eso me recuerda al palo del viento y el palo de cupey que había en el cerro de Luis Mendez. Desde allá se podía ver el océano atlántico.
Post a Comment